Armando Joyuén Lau
UNMSM
armandojoyuen25@yahoo.com
UNMSM
armandojoyuen25@yahoo.com
«El Perú no sufrió calamidad más desastrosa que la
guerra con Chile» [1]
«Cuando tengamos un pueblo sin espíritu de
servidumbre, i militares i políticos a l’altura del siglo, recuperaremos Arica
i Tacna i entonces, i sólo entonces, marcharemos sobre Iquique i Tarapacá,
daremos el golpe decisivo, primero i último» [2]
«En la guerra con Chile, no sólo derramamos la sangre,
exhibimos la lepra. Se disculpa el encalle de una fragata con tripulación novel
i capitán atolondrado, se perdona la derrota de un ejército indisciplinado con
jefes ineptos i cobardes, se concibe el amilanamiento de un pueblo por los
continuos descalabros en mar i tierra; pero no se disculpa no se perdona ni se
concibe la reversión del orden moral, el completo desbarajuste de la vida
pública, la danza macabra de polichinelas con disfraz de Alejandros i Césares» [3]
Manuel
González Prada
El
siguiente ensayo tiene como propósito abordar la construcción en torno a la
nación peruana, una cuestión que adquiere una importancia gravitante
especialmente producto de la Guerra del Pacífico (1879-1884) que enfrentó a la
alianza Peruano-Boliviana contra Chile. El proceso vivido en nuestro país
ciertamente constituye uno de los episodios más traumáticos y trascendentales
del Perú republicano, ya que tuvo un enorme impacto tanto en el desarrollo del
país como en la vida de las personas. González Prada se vio ineludiblemente afectado
a nivel personal e intelectual. Va a marcar un cambio radical en su visión con
respecto al desarrollo del país, de manera que se planteó varias cuestiones
esenciales como la conformación de una identidad nacional. Así, lo que se
propone es de qué forma la derrota sufrida en la contienda de 1879 y el rechazo
hacia el país vecino del sur influyeron en su pensamiento y su discurso en
torno al tema de la nación, en tanto sirvió como una prueba que ponía en
evidencia los defectos y los pocos avances que había logrado el Perú décadas
después de iniciar su vida como un país independiente.
Para
este propósito, se partirá de la lectura de sus diferentes escritos, realizados
o publicados en los años posteriores al conflicto y analizar los principales aspectos
que configuran la construcción de una identidad nacional. Buena parte de estos
escritos datan entre 1885 y 1891, pero recién fueron compilados y publicados
después de su viaje a Europa (a partir del cual tendrá contacto con el anarquismo).
Éste es el caso de Pájinas libres,
publicado en París en 1894 (PEREYRA, 2009, p. 14). [4]
Al
margen de la discusión en torno a la definición de la nación, partimos del
postulado clásico de Anderson que define la nación como una comunidad política imaginada
como inherentemente limitada y soberana, que se mantiene cohesionada a pesar de las desigualdades o diferencias
internas (ANDERSON, 1993, p. 23); la cual no implica una “falsedad”, sino a una
“creación” que se forma en el plano de los imaginarios.
Vivencias de un reservista: González Prada
y la experiencia de la guerra
Su
familia provenía de una ascendencia aristocrática española, con una postura
antiliberal y muy religiosa. Su padre, Francisco González de Prada, fue
funcionario en diferentes cargos durante el gobierno de José Rufino Echenique.
Por su parte, Manuel iría formando una tendencia contra el espíritu de su casta
en declive [5], con un pensamiento más
progresista y modernizante orientado a las ciencias y tenía un carácter
filosófico muy marcado (Basadre, 1994).
En
1853, su familia es exiliada, por lo que pasará parte de su juventud estudiando
en Chile. El conocimiento de idiomas extranjeros como el inglés y el alemán
contribuirá posteriormente a acceder a publicaciones de pensadores del extranjero,
lo cual le permitirá tener contacto con las corrientes filosóficas e
intelectuales europeos. [6]
Al
regresar al Perú, luego de su efímera decisión de seguir la vocación religiosa
e internarse en el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo [7], va a pasar por muchas
indecisiones y dudas con respecto al curso que tomaría en su vida. [8] Entre 1870 y 1871 se
asienta en Tutumo, en una hacienda en Mala que le pertenecía a su familia. Allí
se dedicó a hacer labores de ingeniería agrícola experimentando con procesos
para la producción de almidón a partir del camote con fines industriales.
Sin
embargo, esto se va a ver truncado con el estallido de la guerra con Chile, la
cual va a sacarlo de su apacible vida de hacendado y estudioso. Esto marcaría
un parteaguas en su vida, ya que sus efectos generarían un cambio significativo
y crucial en su pensamiento y su orientación. De esta manera se puede decir que
la guerra marca un antes y un después en González Prada. Algunas de estas
vivencias quedarían plasmadas en un texto titulado Impresiones de un reservista, en el que da cuenta de una forma
testimonial de sus percepciones en el contexto de la Campaña de Lima y de la
futilidad de la pobre preparación de la defensa.
Una
vez terminada la Campaña del Sur y perdidas las provincias meridionales, se
emprende la formación del Ejército de Reserva en anticipación a la inminente
invasión de Lima. Prada se enrola y es nombrado capitán de Reserva del Batallón
N° 50 de la 9na división. Durante el tiempo de preparación recibía instrucción
militar y realizaba ejercicios militares en la Alameda de los Descalzos y en el
camino a la huerta del Altillo para la función que tendrían que desempeñar en
defensa de la capital.
A
medida que se acercaba la fuerza invasora, el ánimo decaía y González Prada da
cuenta de los casos de deserción; y cómo reclutas y oficiales que rehuían de su
función eran sacados de sus casas. Esta percepción de la cobardía y la falta de
preparación marcarían la impresión que se iría formando del papel jugado por la
sociedad limeña en la defensa del país (citado por PODESTÁ, 1988, p. 109).
Participó
en la batalla de Miraflores apostado en una batería de artillería en el cerro
El Pino, a 2 kilómetros al sur de Lima. Desde su posición en el dispositivo,
sería testigo de la lucha que era perdida a la distancia en los puntos de la
línea de San Juan que entraban en combate, el cual se extendía a Chorrillos.
Esto sumado al hecho de no poder participar de la conflagración desde su
ubicación, la cual no podía dejar.
En
su relato, hace mención del recojo de unos fugitivos que se retiraban hacia
Lima y que eran llevados a su posición:
Los pocos dispersos
recogidos y llevados al Pino ofrecían un aspecto lamentable. Algunos pobres
indios de la sierra (morochucos, según dijeron) llevaban rifles nuevos, sin
estrenar; pero de tal modo ignoraban su manejo que pretendían meter la cápsula
por la boca del arma. Un coronel de ejército se lanzó a prodigarles mojicones,
tratándolos de indios imbéciles y cobardes. Le manifesté que esos infelices
merecían compasión en lugar de golpes No me escuchó u quiso seguir
castigándoles (citado por PODESTÁ, 1988, p. 111).
Ante
la orden de retirada, los artilleros destruyen los cañones para evitar su
captura mientras se consumaba la debacle militar en la lucha por proteger la
capital: una suma de preparación deficiente, baja moral de la soldadesca y su
lejanía con la oficialidad. Tras la derrota en los campos de Miraflores, se
recluye en su casa durante el resto de la guerra. Su recelo hacia el país
invasor se haría manifiesto en una anécdota:
Me encerré y no
salí de mi casa ni me asomé a la calle mientras los chilenos ocupaban
Lima. Cuando supe que la habían
abandonado, quise dar una vuelta por la ciudad. Pues bien, a unos cincuenta
metros de mi casa me encontré con un oficial chileno: había sido mi
condiscípulo en un colegio de Valparaíso. Al verme, iluminó su cara de
regocijo, abrió los brazos y se dirigió a mí con intención de estrecharme. Yo
seguí mi camino como si no le hubiera reconocido (citado por PODESTÁ, 1988, p.
114).
Influencias en el pensamiento de González Prada
La complejidad del personaje hace necesario tomar en cuenta varias consideraciones
para comprender el desarrollo intelectual de Prada, el cual ha sido muchas
veces tergiversado o interpretado de forma parcial y no en su complejidad. Un
criterio fundamental es el distinguir las diferentes etapas por las que se ha
configurado su pensamiento. De las 4 etapas que establece García Salvattecci,
nos centraremos en la segunda, el cual corre desde la guerra con Chile hasta el viaje a Europa (GARCÍA
SALVATTECCI, 1972, p. 18). La orientación ideológica que tendría Prada en esta
etapa corresponde al radicalismo.
Durante
el siglo XIX, se difundió como movimiento y doctrina política no solo en
Europa, sino que trascendió las fronteras hasta el continente americano. Entre
las diversas vertientes se puede identificar un radicalismo francés, argentino,
chileno y peruano. De carácter contestatario hacia el liberalismo, el cual
llevaba al extremo la búsqueda de la reforma de la vida política e introducir
la “cuestión social” (PEREYRA, 2010).
En
el caso peruano, el radicalismo tuvo una duración considerablemente corta y
para finales de la centuria no tenía peso político, aunque sus ideas en torno a
las cuestiones sociales tendrían cierta permanencia. Ideas como la incorporación
del campesino indígena a la vida social y política, a la lucha contra la
corrupción, y a la búsqueda de una mayor solidez y representatividad en las
instituciones (PEREYRA, 2010).
El
interés por la ciencia es otra característica del radicalismo, el cual es
considerado un ingrediente importante para lograr la modernidad y el progreso
del país (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 65). [9] Los planteamientos del
radicalismo se corresponderían con los rasgos como el positivismo y el
anticlericalismo, presentes en el pensamiento de González Prada y su rechazo a
cualquier forma de doctrina o pensamiento que asociaba con el atraso.
La
variedad de escritos realizados por González Prada abarca desde los poemas,
ensayos, artículos, hasta los discursos, que están entre los más influyentes y
ampliamente difundidos. Esto últimos eran compuestos para ser proclamados en
público, de manera que su estructura y su estilo responden a la oralidad de su
transmisión. [10]
Además de su estilo frontal y crítico, la retórica gonzalezpradiana está
marcada por un lenguaje esencialmente dicotómico, es decir, la recurrencia al empleo
de términos contrapuestos (ej: Costa-Sierra, salud-enfermedad,
modernidad-atraso, etc.) para tener llegada con el público oyente. Esta
tendencia a los extremos configura un lenguaje confrontacional que no reconoce
la existencia de matices, lo que refuerza la radicalidad de su discurso.
A
consecuencia de la guerra trinacional, González Prada pasa del ámbito meramente
literato a la política. A pesar de que su obra bordea más la escritura
literaria que un análisis social o político de la realidad peruana, tendría un
acercamiento a la participación partidaria en la búsqueda de implementar las
medidas que contribuyeran a lograr los cambios radicales que consideraba que
necesitaba el país. Este salto a la política se debería principalmente a dos
factores: los efectos mismos de la derrota de la guerra; y la firma del
contrato Grace por parte del gobierno del general Andrés Cáceres (PEREYRA,
2010). El cambio también atañe al Circulo Literario, agrupación que se
convertiría en la base de la constitución de la Unión Nacional, partido
radicalista que fue inicialmente presidido por González Prada. La percepción de
las circunstancias en las que se encontraban hacía pensar que debía darse su
involucramiento en la política dentro de la necesaria reconstrucción nacional
y, desde cierta perspectiva, una refundación de la República. Para ello, los
radicales creían que debía darse
una revolución que sacudiera los cimientos de la sociedad para lograr tal
propósito.
«El Perú se venció a sí
mismo»: las causas de la derrota
Nadie
regresa igual de una guerra, y definitivamente González Prada no sería el mismo
después de ésta. Habiendo presenciado y vivido de primera mano la incapacidad
del país de responder a la altura de las circunstancias en las que se
encontraba, el conflicto tendría un efecto que lo remecería y marcaría la
orientación de su pensamiento crítico, tanto hacia el enemigo del Sur como para
con la misma sociedad peruana.
Nosotros no caímos porque las guerras civiles nos
debilitaran o nos esquilmaran. Luchas más desgarradoras tuvieron l’Arjentina,
Venezuela, Colombia y particularmente Méjico. Caímos porque Chile, que vela
mientras el Perú duerme, nos sorprendió pobres i sin crédito, desprevenidos i
mal armados, sin ejército ni marina (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 73).
La
culpabilidad del desastre nacional recaerá en la clase política, los civilistas
y particularmente a Piérola, sobre el cual recaerán críticas muy duras con
respecto a su participación política. Para Prada, la generación proveniente de
la época de las luchas por la Independencia no había sido capaz de constituir
un país organizado y una sociedad cohesionada. El despilfarro y la
improvisación se mantuvieron desde los inicios de la República; los vicios de
antaño, la corrupción y los males habrían mellado el desarrollo del Estado y de
sus caudillos, los cuales pugnaban por sus intereses particulares en lugar de
anteponer el beneficio de la Patria. De esta forma, la guerra encontrará al
Perú desprevenido e inadecuadamente preparado, sin los medios suficientes y
necesarios para afrontar una conflagración internacional. Esta improvisación
del Estado es percibida de forma integral en las diferentes esferas de la
gestión pública desde la legislación, la economía, tácticas y estrategia, etc.
(GONZÁLEZ PRADA, s.f., p.
62).
Sin
embargo, el Perú no puede conformarse con la desventura del enemigo. Es
imprescindible para Prada corregir y atacar los males que aquejan al país y en
los que se explica la causa fundamental de la debacle. De no resolverse, en
vano resulta el duro aprendizaje de la derrota para un país que no ha aprendido
de sus errores y que se encamina hacia la degeneración:
De loco debe tacharse
al pueblo que para robustecerse no abriga más esperanza que la
debilitación de los pueblos limítrofes. Ver encorvarse al vecino, ¿equivale a
crecer nosotros? Ver sangrar al enemigo ¿da una gota de sangre a nuestras
venas? El decaimiento de Chile debería
regocijarnos, si el nuestro cesara o fuera menor, si en tanto que él se achica,
nosotros creciéramos; pero sucede que mientras Chile crece en proyección
aritmética, nosotros lo hacemos en proyección geométrica (GONZÁLEZ PRADA, s.f.,
p. 71).
Desde
la perspectiva de González Prada, el efecto más pernicioso dejado por la guerra
está más allá de las pérdidas económicas o materiales: se trata del aspecto
moral. El Perú ha quedado como una nación derrotada, resignada y humillada, con
una autoestima colectiva mellada. Ha puesto de manifiesto lo peor del país, lo
que le faltó para sobreponerse y estar a la altura de las circunstancias.
La sangre derramada
en los campos de batalla, los capitales destruidos en el incendio, las riquezas
perdidas en el saqueo de las poblaciones, muy poco significan en comparación de
los males que infeccionan el organismo de las naciones vencidas. El perjuicio
causado por nuestro vencedor no está en los asesinatos, en las devastaciones ni
en las rapiñas, está en lo que nos deja y en lo que nos enseña.
Chile se lleva
guano, salitre y largos girones del territorio; pero nos deja el amilanamiento,
la pequeñez de espíritu, la conformidad con la derrota y el tedio de vivir
modesta y honradamente. Se nota en los ánimos apatía que subleva, pereza que
produce rabia, envilecimiento que mueve a náuseas (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 69).
Entre el patriotismo y el
revanchismo como redentor de la nación
La
época de la posguerra del Pacífico estaría marcada esencialmente por el antichilenismo,
a partir del cual se configura la construcción de imaginarios en torno al país
vencedor y las relaciones con el Perú (PARODI, 2010). [12] Es a partir de este
contexto que se construye la imagen negativa de Chile como un país agresivo,
codicioso y expansionista, envidioso de las riquezas naturales de la que fuera
la capital del antiguo Virreinato. Estos planteamientos están expresados en la
obra histórica de Mariano Felipe Paz Soldán titulada Narración histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia
(PAZ SOLDÁN, 1979), la cual fue escrita al poco tiempo de haber concluido la
contienda. Si bien no tuvo mucha acogida debido a su estilo lacónico, sus ideas
cruciales tendrían arraigo en varios pensadores, así como en el imaginario
popular. Así, la postura de Prada con respecto a Chile no surgen de forma
aisladas, sino que son formadas dentro de este contexto propio en el que la
invasión enemiga al territorio y los efectos mismos de la guerra han generado
una imagen de desconfianza y rechazo. De esta forma, el invasor chileno se convierte
en una continuación del conquistador español (ZAPATA, 2010, p. 264-265).
Es
así que el revanchismo va a constituir uno de los elementos fundamentales de su
retórica patriótica y sus escritos. Dentro de estos, destaca el discurso pronunciado
en el teatro Politeama durante una jornada patriótica celebrada en las Fiestas
Patrias de 1888 con la finalidad de recaudar fondos para la recuperación de
Tacna y Arica. Según Prada, el nacionalismo debe tener dos atribuciones: “¡Ojalá
cada una de mis palabras se convierta en trueno que repercuta en el corazón de
todos los peruanos i despierte los dos sentimientos capaces de rejenerarnos i
salvarnos: el amor a la patria i el odio a Chile!” (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p.
67).
Jorge
Basadre considera que el patriotismo de González Prada bordea con el
chauvinismo. Este resentimiento genera un deseo de venganza, pero con cierta
impotencia o inferioridad frente al contrario (BASADRE, 1994, p. 162). El odio
y venganza, términos contemplados como propios del sujeto y negativos,
adquieren un carácter colectivo, así como una valoración positiva que imbuirá
la construcción del nacionalismo. Estas emociones y actitudes adquieren una
justificación en tanto se trata de una contestación a una agresión que
considera como injusta (MILLONES, 2009, p. 153).
Prada
compara la experiencia peruana con la sufrida por Francia a partir de la
derrota en la guerra franco-prusiana (1870-1871), la cual implicó la pérdida de
las provincias de Alsacia y Lorena. [13] Así, el odio que implica la
destrucción del agraviante, el cual ha perpetrado una ofensa injusta, se
convierte para Prada en un motor positivo y elemento cohesionador a través del
cual se espera lograr la redención y reconstitución de la nación humillada y
flagelada: «Si el odio injusto pierde a los individuos, el odio justo salva
siempre a las naciones. Por el odio a Prusia, hoy Francia es poderosa como
nunca. Cuando París vencido se ajita, Berlín vencedor se pone de pie» (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p.
67).
Su
tónica fuertemente antichilena va a verse censurada por la postura oficialista
y los principales medios, debido a la postura de apaciguamiento por parte del
gobierno en la víspera de la realización del plebiscito que decidiría la suerte
de las provincias cautivas (MILLONES,
2009,
p. 153). A pesar de esto, su
discurso va a tener una repercusión y una acogida considerables.
Aquí, al rededor [sic] destos sepulcros, debemos
reunirnos fielmente no par’hablar de confraternidad americana i olvido de las
injurias, sino para despertar el odio cuando se adormezca en nuestros
corazones, para reabrir i enconar la herida cuando el tiempo quiera cicatrizar
lo que no debe cicatrizarse nunca.
Tenderemos la mano al vencedor, después de una
jeneración más varonil i más aguerrida que la jeneración presente haya
desencadenado sobre el territorio enemigo la tempestad de asolación que Chile
hizo pasar sobre nosotros, después que la sangre de sus habitantes haya corrido
como nuestra sangre, después que sus campos hayan sido talados como nuestros
campos, después que sus poblaciones hayan ardido como nuestras poblaciones
(GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 83).
Sostiene enfáticamente la necesidad de reforzar este
odio y de perpetuarlo como represalia contra los vejámenes sufridos por el
Perú. Invita a mantener una hostilidad y una desconfianza permanente para, ante
la imposibilidad de constituir un peligro serio para Chile, por lo menos
perturbar su tranquilidad con la constante amenaza.
Seamos una perenne amenaza, ya que todavía no podemos
ser más. Con nuestro rencor siempre vivo, con nuestra severa actitud de
hombres, mantendremos al enemigo en continua zozobra, le obligaremos a gastar
oro en descomunales armamentos i agotaremos sus jugos. Un día de tranquilidad
en el Perú es una noche de pesadilla en Chile (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 78).
Un aspecto importante que resaltar es el de la heroicidad.
En contraste a la actuación lamentable de las clases políticas gobernantes,
destaca también la actuación dignificante de los héroes. Considera Prada que
estos personajes homéricos son los que constituyen la nación y son expresión
del patriotismo.
Sin embargo, en el
grotesco i sombrío drama de la derrota, surjieron de cuando en cuando figuras
luminosas i simpáticas. La guerra, con todos sus males, nos hizo el bien de
probar que todavía sabemos engendrar hombres de temple viril. Alentémonos,
pues: la rosa no florece en el pantano; i el pueblo en que nacen un Grau i un
Bolognesi no está ni muerto ni completamente degenerado (GONZÁLEZ PRADA, s.f.,
p. 59).
Una
nación aquejada por los males, pero que es redimida por la actuación heroica de
quienes encarnan los valores de la Patria: «Necesitábamos el sacrificio de los
buenos i humildes para borrar el oprobio de los malos i soberbios. Sin Grau en
la Punta de Angamos, sin Bolognesi en el Morro de Arica ¿tendríamos derecho de
llamarnos nación?» (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 58).
Este nacionalismo adquiere así un carácter
militante, donde su experiencia como reservista debe influir en la
identificación de la participación del ciudadano en armas como expresión de la
defensa de la Patria: «Si Grau se levantara hoi del
sepulcro, nos diría… Es inútil repetir sus palabras. Todos adivinamos ya qué
deberes tenemos que cumplir, a dónde tenemos que dirigirnos mañana» (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 60).
Lo
que deja implícito al final de la expresión lo hace patente: la reclamación de las
provincias arrebatadas.
No sabemos si el cinismo alemán (Betmann-Hollwey)
inspira más repugnancia que la hipocresía chilena.
Como nuestro vencedor no ha cumplido con todas las
clausulas estipuladas en el Tratado de Ancón, ese tratado puede considerarse
nulo: hasta cabe afirmar que Chile y el Perú se hallan en estado de guerra, en
una mera suspensión de las hostilidades. Los peruanos tendríamos derecho de
atacar a los chilenos sin previa declaratoria de guerra. Y si, como dice,
alguno de nuestros mandatarios pensó en adquirir submarinos para hundir
sorpresivamente a la escuadra chilena, ese mandatario habría encontrado la
única solución a nuestras cuestiones con el tradicional enemigo del Sur.
Al circunscribir solo Tacna y Arica todos nuestros
problemas pendientes con Chile incurrimos en un gravísimo error. Debemos
recordar al país que entre el vencedor y el vencido de 1879 no existe la sola
cuestión Tacna y Arica, sino la cuestión: Tacna, Arica, Iquique y Tarapacá. Las
razones que tenemos para no ceder el Morro las tenemos para reclamar las
salitreras.
Con Chile no vale razones. Su conducta pasada nos
anuncia su conducta venidera, que nunca se guiará por un espíritu de justicia
nunca procederá de buena fe con nosotros: su americanismo no pasa de un gastado
recurso oratorio; tiende la mano al Perú con tal que el Perú le conceda cuanto
quiera pedirle. Se sorprende o finge sorprenderse de que algún peruano guarde
el recuerdo de las abominaciones cometidas en la guerra del 79 (citado por
GARCÍA SALVATTECCI, 1972, p. 241).
González
Prada llega incluso a reivindicar una postura extrema con la recuperación del
territorio perdido como consecuencia de la guerra y la indefinición de la
situación de las provincias cautivas como un objetivo nacional amparado. Esto
como resarcimiento por amparado en el incumplimiento del Tratado de Ancón que,
desde su perspectiva, mantiene pendiente el estado de guerra.
En fin, no imaginemos que con haber agorado las flores
de los jardines, las figuras de la Retórica i los responsos de la Liturjia,
hemos hecho cuanto un pueblo tiene que hacer por la memoria de sus buenos. Hoi
celebramos una ceremonia provisional. Los funerales de Atila fueron batallas
sangrientas. El funeral digno de Grau i Bolognesi le celebraremos mañana, es
decir, le celebrará la jeneración gloriosa que gane a Chile la batalla campal
que nos devuelva Arica i Tacna, Iquique i Tarapacá (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p.
84).
Para
viabilizar estas pretensiones, González Prada insiste en que el Perú debe
hacerse de los recursos y los medios necesarios para emprender de forma
efectiva una campaña militar contra el vencedor de la guerra. El revanchismo
alimenta las ansias de plantearse la recomposición de las fuerzas armadas como
un esfuerzo nacional con miras a la reincorporación del territorio anteriormente
peruano como meta futura:
Hablar de revancha inmediata de próxima reivindicación
a mano armada, toca en delirio, de seguro, lo cuerdo, estriba en apercibirse
para la obra de mañana. Trabajaremos con la paciencia de la hormiga, i
acometamos con la destreza del gavilán. Que la codicia de Chile engulla guano i
salitre: ya vendrá la hora de que su carne coma hierro i plomo.
Dejemos a otros el soñar reivindicaciones sin combates
y evoluciones sin víctimas, i pensemos que lo malo no está en derramar sangre,
sino en derramarla infructuosamente. Los pueblos no cuentan con más derechos
que los defendidos o conquistados por el hierro; y la libertad nace en las
barricadas o campos de batalla, no en protocolos diplomáticos ni ergos ni
distingos de Salamanca (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 78).
El
armamentismo será el camino por el cual robustecer la fuerza y acción del país.
Aunque no con un afán expansionista o de invasión, sino con una intencionalidad
disuasiva y defensiva; y en este caso, para recuperar los territorios perdidos en una
agresión injustificada. Una guerra que debe ser armada y preparada de forma
adecuada, con un esfuerzo serio y constante de reunir fuerzas. En Horas de
Lucha, afirma:
En la algazara de voces antipáticas y egoístas, seamos
una voz que noche y día clama por la reconstitución de nuestro ejército y de
nuestra marina, no para atacar sino para defendernos, no para conquistar sino
para eludir ser conquistados, no para usurpar territorios ajenos sino para
recobrar lo que inicua y sorpresivamente nos fue arrebatado.
[…] debemos perseguir un objetivo: hacernos fuertes.
Chile se mostrará más exigente y más altanero a medida que estemos débiles y
más humillados. Con él no caben protocolos más firmes que unos poderosos
blindados, razones más convincentes que un ejército numeroso y aguerrido (citado
en GARCÍA SALVATECCI, 1972).
Conviene entender esta actitud belicista dentro del
contexto propio del siglo decimonónico, propio de una época donde los
conflictos se resolvían mediante la fuerza. La guerra es contemplada como un
mal indeseado pero necesario para salvaguardar la integridad nacional, cuya
consecuencia adversa es la sumisión:
Y la justicia no se consigue en la tierra con
razonamientos y súplicas: viene en la punta de un hierro ensangrentado. Cierto,
la guerra es la ignomia y el oprobio de la Humanidad; pero ese oprobio y esa
ignomia deben recaer sobre el agresor injusto, no sobre el defensor de sus
propios derechos y de su vida.
[…] para sublevarse contra la injusticia y obtener
reparación, hagámonos fuertes: el león que se arranca las uñas y dientes,
moriría en boca de lobos; la nación que no lleva el hierro en las manos, concluye
por arrastrarlo en los pies (citado en GARCÍA SALVATECCI, 1972).
La condición geopolítica del Perú es muy vulnerable y
con una imagen de debilidad ante los demás países, los cuales son percibidos
por González Prada con desconfianza y recelo. En ese contexto, resulta
imperativo reforzar el
poderío militar del Perú para evitar la situación desventajosa y evitar una agresión futura:
Si Chile ha encontrado su industria nacional en la
guerra con el Perú, si no abandona la esperanza de venir tarde o temprano a
pedirnos un nuevo pedazo de nuestra carne, armémonos de pies a cabeza, y
vivamos en formidable paz armada o estado de guerra latente. El pasado nos
habla con bastante claridad […] Al no sacar una lección provechosa de nuestros
descalabros, al no tratar de prevenir las nuevas tempestades arremolinadas
encima de vuestra cabeza, mereceríamos que chilenos, argentinos y bolivianos
cayeran sobre nosotros y nos convirtieran en la Polonia sudamericana (citado en
GARCÍA SALVATECCI, 1972).
Por nuestra posición jeográfica, rodeados del Ecuador,
el Brasil, Bolivia i Chile, condenados fatalmente a ser campo de batalla donde se
rifen los destinos de Sud América, tenemos que transformarnos en nación
belicosa. El porvenir nos emplaza para una guerra defensiva. O combatientes o
esclavos (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 76).
«Los jóvenes a la obra y
los viejos a la tumba»: El cambio y la modernización de una generación
Pero
el pensamiento de González Prada está orientado para la posteridad, para las
generaciones venideras que no han sufrido directamente la guerra pero que
asumen las consecuencias de la misma: «El niño quiere rescatar con el oro lo
que el hombre no supo defender con el hierro» (GONZÁLEZ
PRADA, s.f., p. 61).
Prada
hace un llamado rotundo a la necesidad de un cambio generacional. Mas no se
refiere solo a la juventud biológica, sino de una nueva mentalidad. Sobre la
clase política tradicional es la culpable de que el país estuviera sumido en un
estancamiento severo, así como de la negligencia e incapacidad de cuidar la
integridad nacional. De manera que se vuelve crucial el advenimiento de una
nueva generación que sea capaz de modernizar la sociedad y al país. La
emblemática frase “los jóvenes a la obra y los viejos a la tumba” adquiere
sentido y debe entenderse dentro del contexto de la Guerra del Pacífico.
Si de nuestros padres heredamos un territorio grande i
libre, un territorio grande i libre debemos legar a nuestros descendientes,
ahorrándoles l’afrenta de nacer en país vencido i mutilado, evitándoles el
sacrificio de recuperar a costa de su sangre los bienes i derechos que nosotros
no supimos defender a costa de la nuestra (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 75).
Este
discurso nacionalista no significa un rechazo a todo lo extranjero, sino que
recibe lo bueno y beneficioso:
Nuestro enemigo nos aventajó en el espíritu práctico i
hasta en la humanidad que le hizo buscar la luz en todas partes i aceptar el
bien viniera de donde viniera. Extranjeros reformaron sus universidades,
extranjeros redactaron sus códigos, extranjeros arreglaron su hacienda pública,
extranjeros le adiestraron en dirijir contra nosotros la puntería de los
cañones Krupp.
Nosotros procedimos en sentido inverso: figurándonos
que nuestro espíritu semiteolójico y semiescolástico era el summun de la
sabiduría, cerramos el paso a todo lo que no fuera exclusivamente nacional i
nos entregamos ciegamente a la iniciativa de nuestros hombres. I ¿qué tuvimos?
Lo de siempre: buenos sabios que de la instrucción pública hicieron un caos,
buenos hacendados que nunca organizaron un solo presupuesto, buenos
diplomáticos que celebraron convenciones funestas, buenos marinos que
encallaron los buques i buenos militares que perdieron las batallas (GONZÁLEZ PRADA,
s.f., p. 73).
Es
por eso que remarca la actitud frente a Chile, en la que no contempla cabida
para el perdón y el olvido. Por el contrario, azuza el odio como un elemento
que debe mantenerse presente en las nuevas generaciones en una actitud de
marcada confrontación. Considera que las relaciones con el vecino del sur están
determinadas por el hostigamiento, la hipocresía y la desconfianza; y cuestiona
las intenciones de una paz efectiva.
Mientras se desgalgue la segunda invasión, atengámonos
a ver en todas nuestras cuestiones financieras o internacionales la solapada
intervención de Chile, cuando no la injerencia escandalosa i las órdenes
conminatorias. Resuelto el problema de Arica i Tacna, suscitará nuevas
complicaciones para mantenernos en continuo jaque, y el día que aparente
olvidarnos o finja sentimientos benévolos, será cuando piense más en nosotros i
fragüe mayores perfidias en nuestro daño. No satisfecho con habernos herido i
espoliado ni con hacernos sentir a cada momento la humillación de la derrota,
Chile buscará frívolos achaques para denigrarnos i acometernos, porque persigue
la obra sistemática y brutal de imprimirnos en la cara un afrentoso estigma, de
clavarnos un puñal en el corazón (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 80).
En
esta línea se enmarca la confrontación con el tradicionalista Ricardo Palma, a
quien profiere duras críticas por considerar que rescata un anhelo anacrónico
del pasado.
«El verdadero Perú»: La
formación del Indigenismo
A
partir de la Guerra del Pacífico puso de manifiesto uno de los problemas
cruciales del Perú: la cuestión del indio. Marginada la población mayoritaria
del país y excluida de los asuntos del poder y el manejo del Estado, los
esfuerzos por la constitución de una sociedad cohesionada e integrada o estaban
prácticamente ausentes o no conseguían efectuarse.
No forman el
verdadero Perú las agrupaciones de criollos i extranjeros que habitan la faja
de tierra situada entre el Pacífico i los Andes; la nación está formada por las
muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 64).
Con
el desarrollo mismo de la guerra la mirada de la discusión se enfoca en el rol
que jugó el campesinado indígena. Posturas, como la expresada por Ricardo
Palma, acusaban a los indígenas como los culpables de la derrota por su falta
de patriotismo. [14]
Por el contrario, González Prada marcará una postura opuesta, resumida en la
afirmación de que el corazón del Perú no está en la Costa, sino al otro lado de
la cordillera:
Con las
muchedumbres libres aunque indisciplinadas de la Revolución, Francia marchó a
la victoria; con los ejércitos de indios disciplinados i sin libertad, el Perú
irá siempre a la derrota. Si del indio hicimos un siervo ¿qué patria defenderá?
Como el siervo de la Edad media, sólo combatirá por el señor feudal (GONZÁLEZ PRADA, s.f., p. 63).
Ciertamente,
hay que tener en cuenta que fueron los indígenas de la Sierra Central los que
continuaron la lucha durante la Campaña de la Breña. Esto trae a colación dos
consideraciones importantes: por un lado, la participación de las comunidades
campesinas (particularmente las del valle del Mantaro) en apoyo a la guerrilla
liderada por Andrés Cáceres demostraría ser crucial para el funcionamiento y
sostenimiento de la resistencia nacional tras la debacle del grueso del ejército
de línea en la Campaña del Sur y el fiasco de la defensa de Lima. Por otra
parte, la toma de la capital no define necesariamente la victoria, pues el
espacio definitorio de las luchas libradas en el territorio peruano se ha dado
en los Andes. Esto influirá en el pensamiento de González Prada, quien va a
rechazar el centralismo de la dominación ejercido desde la costa.
Si
bien González Prada tiene una concepción fuertemente marcada por el positivismo,
no respalda la explicación de la decadencia del indígena en base a su condición
étnica inferior por su naturaleza degenerada. Mas bien, atribuye esta situación
a los rezagos de la dominación hispana y la servidumbre a la cual han sido
sometidos a lo largo de la Colonia, situación que no ha sido revertida por los
primeros gobernantes de la República. Sin embargo, en esta línea de
argumentación, termina asumiendo la suposición de que el indígena carecía de un
sentido de identidad nacional. [15]
Aunque
señala también que este servilismo no es una característica achacada únicamente
a los indígenas, sino también a los mestizos:
Por eso, en el
momento supremo de la lucha, no fuimos contra el enemigo un coloso de bronce,
sino una agrupación de limaduras de plomo; no una patria unida i fuerte, sino
una serie de individuos atraídos por el interés particular i repelidos entre sí
por el espíritu de bandería. Por eso, cuando más el más oscuro soldado del
ejército invasor no tenía en sus labios más nombre que Chile, nosotros, desde
el primer general hasta el último recluta, repetía el nombre de un caudillo,
éramos siervos de la Edad media que invocábamos al señor feudal.
Indios de punas i
serranías, mestizos de la costa, todos fuimos ignorantes i siervos; i no
vencimos i ni podíamos vencer (GONZÁLEZ PRADA,
s.f., p.
64).
Así, González Prada responde a las imputaciones que acusan a los indios de su condición denigrada y carente de sentido de Patria trasladando la responsabilidad al colonialismo español; que trajo los vicios del Viejo Mundo como el alcoholismo, y no las virtudes. A partir de ahí, asume que el problema es solucionable mediante la educación. Sin embargo, la esencia del problema es sobre todo social y económica (COSAMALÓN, 2008, p. 269), en tanto sigan prevaleciendo los intereses particulares.
Esta visión global
constituirá el origen de lo que se convertirá en la corriente indigenista, la
cual tendrá un peso mayor a comienzos del siglo XX. Advierte que no se puede
seguir decidiendo el curso del país al margen de la población indígena. La
incorporación del indio a la vida nacional es su redención; y la modernización,
el impulsor del desarrollo del país.
La Guerra del Pacífico
marcó un cambio importante en el destino del país, al igual que en la
experiencia personal de Manuel González Prada. Después de esta, no volvería a
ser el mismo y marcaría un derrotero que lo sacaría del ámbito literario para
lanzarlo a la esfera pública de la política, impulsado por el reconocimiento de
la necesidad de una reorganización y moralización política y social del país. Este
cambio en la mentalidad llevaría a los mismos afectados de la guerra y a las
generaciones posteriores a interrogarse acerca de cuestiones esenciales,
principalmente por las razones de la derrota y la construcción de la nación.
Los efectos de la humillante derrota y su propia experiencia como combatiente
precipitarían el surgimiento del pensamiento crítico en González Prada.
A pesar de que sus
escritos corresponden más a la esfera literaria que a la política, sus
postulados influirán en el pensamiento político e intelectual ulteriores. En el
campo historiográfico, Basadre concluye que las dos causas fundamentales de la
derrota peruana son la persistencia de un Estado empírico y un abismo social
que impiden una actuación coherente de la conducción de los asuntos públicos,
así como la cohesión del país (ZAPATA, 2010, p. 271).
Lejos de surgir de la
nada, este pensamiento viene imbuido por el radicalismo, pero encontrará en el
autor de Pájinas libres uno de los
representantes más importantes y emblemáticos del discurso crítico y social. Si
bien no dejó escuela o sucesores, marcó una influencia muy fuerte en la
ideología de quienes vendrían posteriormente; y planteó muchas de las ideas
centrales que serían recogidas posteriormente en la vida política peruana.
Entre los factores que
considera impiden la construcción del cambio y el desarrollo nacional, se
encuentran los rezagos de la colonia: la oligarquía y el pensamiento
aristocrático, la Iglesia, el servilismo y la ignorancia de las masas, una
mentalidad feudalista que no contribuye al progreso del país, la corrupción del
Estado y la ineptitud de la clase política tradicional. Si es que se pretende
lograr la tan necesaria modernización, tiene que haber una renovación de
espíritu y de pensamiento.
Dentro del discurso crítico
y acusador que elabora, al señalar las carencias y limitaciones del país, se
puede apreciar también las aspiraciones a las que considera que debe apuntarse
los destinos del país. La reflexión en torno a las causas de la derrota en el
fondo guarda el propósito de evitar un desenlace similar y evitar las
desgracias acometidas que son inevitables de persistir los males y vicios que
aquejan a la sociedad peruana. Esto es lo que le confiere cierta vigencia hasta
la actualidad: su pensamiento es imperecedero no porque proponga una doctrina
ni un programa, sino por la trascendencia de su espíritu de crítica (MARIÁTEGUI,
1980).
El pensamiento de González
Prada está imbuido por la hostilidad y el resentimiento a Chile, de manera que
su discurso nacionalista apelará tanto al orgullo patriótico, pero sobre todo
al odio hacia el agresor como elemento regenerador de la nación. Esta tendencia
se verá reducida en su etapa de anarquista, donde presentará una tónica más
internacionalista. Pero en este contexto, el nacionalismo y revanchismo estarán
inexorablemente vinculados.
La justicia social será un
elemento común en su búsqueda, y su lucha estará enfocada en cambiar el sistema
y la sociedad que perpetúan esas inequidades e injusticias. La crítica radical
y extrema de González Prada es un llamamiento a dar una mirada al Perú
profundo, donde se encuentra los males pero también los elementos que pueden
regenerar a la sociedad. Así, la modernidad del país implica también una
reflexión alrededor de la construcción de una identidad nacional más integral y
cohesionadora. Dentro de las limitaciones de este discurso, plantea la cuestión
del vínculo de la sociedad con el indígena, quien se convertirá en objeto de
las discusiones a comienzos del siglo XX.
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ZAPATA,
Antonio (Conducción). (s.f.). Sucedió en
el Perú. [Programa televisivo]. Lima: Servicio de televisión abierta.
[4] Para un trabajo en
base al análisis de la prensa y otros textos radicalistas publicados por Manuel
González Prada, ver: PEREYRA, Hugo (2009). Manuel
González Prada y el Radicalismo Peruano: Una aproximación a partir de fuentes
periodísticas de tiempos del Segundo Militarismo (1884-1895). Lima:
Academia Diplomática del Perú, Ministerio de Relaciones Exteriores.
[5] Como expresión de
rechazo a la tradición aristocrática, decide cambiar la forma original de su
apellido “González de Prada”.
[6] Entre estos autores se
pueden mencionar a Schopenhauer, Nietzsche, Spencer, Hegel, entre otros.
[7] En
su tiempo en el internado, conocería al entonces seminarista Nicolás de
Piérola, sobre el cual recaerán varias de sus críticas más duras.
[8] Después de escaparse
del seminario, se matricula en el Colegio de San Carlos, donde se interesa por
la química. Luego, en 1862 seguiría el camino de la Filosofía y las Letras,
para luego tomar la carrera de Derecho que eventualmente abandonaría.
[9] Los nombres de los
diarios de línea radical darían cuenta de esta inclinación por las ciencias y
el progreso tecnológico como elementos asociados con la modernidad. Muestra de
esta devoción es el caso de La luz
eléctrica, aparecido en 1866.
[10] A pesar de escribir
los discursos, estos no eran realizados por González Prada debido a la finura
de su voz.
[11] Sus planteamientos y
su enfoque tendría una influencia notable en las generaciones posteriores, como
la del centenario. Dentro de los dirigentes políticos que se han visto
fuertemente influidos por González Prada destacan Víctor Raúl Haya de la Torre
y José Carlos Mariátegui.
[12] Estos imaginarios
conservan hasta la actualidad un arraigo considerablemente fuerte a pesar del
paso del tiempo y de la labor producto de la actividad historiográfica. Este
punto es desarrollado en PARODI, Daniel (2010). Lo que dicen de nosotros: la Guerra del Pacífico en la historiografía y
textos escolares chilenos. Lima: UPC, Fondo Editorial.
[13] El revanchismo hacia el enemigo germano va a imbuir los ánimos
belicistas que alimentarán el convulsionado escenario previo al estallido de la
Primera Guerra Mundial. De ahí que dentro de
las condiciones para la paz impuestas a la derrotada Alemania será la
recuperación de dichas provincias por parte de Francia.
[14] En una carta dirigida
a Nicolás de Piérola, escrita luego de la derrota de San Juan y Miraflores,
Ricardo Palma acusa a los indígenas de constituir una raza “abyecta y
degradada”.
[15] A mediados de la década de 1970 surgió una controversia en torno al tema
del nacionalismo en las comunidades campesinas durante la Guerra del Pacífico.
Dentro del debate, Nelson Manrique y Florencia Mallon sostenían la formación y
evolución de una conciencia nacional; postura discutida por Heraclio Bonilla.
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